Publicado en el Diario Las Américas el 4 de octubre de 2011
Por Eduardo Lolo*
Ha muerto Carlos Ripoll. De su propia mano, desesperanzada. José Martí pierde a un amigo sincero y Cuba a un hijo digno que nunca cesó de denunciar a cuanto tirano hizo de la Patria un pedestal. De ahí su condición de exiliado triple: de muy joven, cuando el machadato; luego, ante los desmanes del Batista golpista; por último, ante el asalto totalitario del castrismo. Y siempre con la denuncia oportuna y la actitud vertical, aunque no siempre fuera “políticamente correcto.”
A la intransigencia patria Ripoll sumó un talento intelectual extraordinario que, unido a una metodología de trabajo de profesionalismo impoluto, una constancia a prueba de desmanes y un desinterés material de otra época, dio como resultado la publicación de decenas de libros de estudios martianos y otros temas históricos cubanos que constituyen hoy en día obras de información y consulta obligatoria para los especialistas de temas cubanos.
Llegado a los EE.UU. en los sesenta sin otro patrimonio que su talento, Ripoll supo hacerse de un lugar destacado en el mundo universitario norteamericano como catedrático de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY) y profesor visitante en otros importantes centros de enseñanza superior tales la Florida International University. Dictó conferencias, impartió seminarios, presentó denuncias ante organismos internacionales y colaboró con cuantos llamaran a su puerta a nombre de Cuba, que era como tocar en su alma.
Como investigador, sus trabajos sobre José Martí cubren 4 décadas de profundos estudios. Su primer libro sobre el Apóstol data de 1971 y deja al partir un último volumen en la imprenta, en el cual venía trabajando desde hacía más de un año. Su labor de promoción de la obra literaria de Martí no fue menor a través de la edición de antologías y el rescate de escritos martianos que se creía perdidos o cuya existencia se desconocía en el siglo XX. Y la mayor parte de esas publicaciones con el sello de la Editorial Dos Ríos que él mismo fundara y costeara personalmente. De ahí que no dude en aseverar que a partir de las primeras obras martianas de Carlos Ripoll y la fundación de la Editorial Dos Ríos en Nueva York, nadie podría ya acometer ningún estudio serio sobre José Martí sin acudir a la colosal labor de análisis, reivindicación, divulgación, interpretación, ordenamiento e investigación de la obra y la vida del Apóstol debida a los esfuerzos y el talento combinados de Carlos Ripoll, un estudioso martiano a tiempo completo –y a alma completa.
Cuba fue su otro gran tema. Como dolor pasado en tanto que historia y como angustia presente derivado de aquél. Su mirar hacia atrás no era más que un hurgar en las entrañas de su pueblo para denunciar sus heridas sangrantes de tiempo. En efecto, paralelamente a sus estudios martianos y como una especie de complemento o desprendimiento de los mismos, pueden identificarse en la vasta obra de Ripoll profundísimos ensayos donde Cuba alcanza, como sujeto y objeto de examen y exploración, un sitial que en cualquier otro autor serviría para considerarlo un especialista del tema.
Pero el rango intelectual de Ripoll abarcó otros temas y disciplinas donde también produjo trabajos de incalculable labor: sus estudios sobre el ensayo latinoamericano, el teatro y obras del canon peninsular, siguen siendo utilizados en las mejores universidades de los EE.UU. Cultivó el periodismo literario (fue asiduo columnista del Diario las Américas y otros medios tanto generales como académicos) y fue director de una de las publicaciones cubanas del exilio de mayor solidez intelectual: la Revista Cubana, aparecida en Nueva York en 1968. También incursionó en la ficción.
Como exiliado triple, Ripoll se incorporó a cuanta causa justa encontró a su paso por el tiempo, lo cual consideraba un deber ineludible; habló y escribió siempre con la patria adolorida en medio de la frente, que era su forma de ser cubano. Y todo ello sin protagonismos vanidosos ni afán de recompensa. Vivió mucho, pero no tanto por los años acumulados (que fueron 90), como por haber vivido en el bien, con el bien y para el bien. Vidas así no pueden contabilizarse en años, sino en fulgores.
Por todo lo anterior es que Carlos Ripoll permanece entonces más allá de sí mismo. Una vez más cumplimos el deber, desgraciadamente casi cotidiano, de depositar los restos físicos de un exiliado cubano en una tumba incómoda, como es toda sepultura en suelo extranjero. Del exilio en vida pasamos al exilio en muerte. Pero hombres y mujeres como Carlos Ripoll tienen garantizado un regreso al mismo polvo del cual provinieron. Les avala el retorno físico su obra creada a estocadas de honor. Muchos de los libros de Ripoll han entrado clandestinamente a Cuba, donde son leídos con avidez por cubanos del insilio, ávidos de tiempos nuevos. Martí escribió para esos tiempos, que no han llegado. Carlos Ripoll, por extensión, hizo lo mismo. Me imagino que ya habrán de haberse conocido personalmente, extendidas sus manos francas. Porque es el caso que ambos tienen mucho que hacer por Cuba todavía.
*El Dr. Eduardo Lolo es autor de varios libros sobre José Martí. Fue también el editor de la antología crítica “Su mano franca. Acerca de Carlos Ripoll” (2010). http://eduardololo.com
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