jueves, 17 de noviembre de 2011
Juan Caballero Brunet
Por Lincoln Díaz-Balart
Publicado en el Diario Las Américas el 11 de noviembre de 2011
Hace unos días falleció en Miami mi tío, Juan Caballero Brunet, el hermano mayor de mi mamá.
Juan era un patriota cubano, como lo son, también, sus hermanos, Mario y Alfredo, y mi mamá, Hilda.
¡Lincote! Mi tío Juan me llamaba así. Nadie más me ha llamado de esa forma.
Juan Caballero Brunet era una de las personas más buenas, nobles, y cariñosas que jamás he conocido.
Abogado de profesión, y Representante a la Cámara en Cuba republicana, todos los fines de semana regresaba a su provincia de Camagüey a visitar a sus electores. Y, sin dinero, visitando todos los hogares en todos los barrios y vecindarios de la ciudad, fue electo Alcalde de Ciego de Ávila en las últimas elecciones que tuvo Cuba, en 1958.
Fue Juan quien nos enseñó a Mario mi hermano y a mí, la importancia de visitar, casa por casa, a los electores.
También recuerdo como me explicó, con su maravilloso sentido del humor, el valor de darle la mano a todo el mundo, la costumbre de los políticos en Estados Unidos. “Siempre me pareció eso una bobería”, me dijo, “y un día estaba en mi automóvil parado en una luz roja en Pensacola (donde Juan era profesor en la Universidad) y se me acercó y me dio la mano Earl Hutto, diciéndome Hello, I’m Congressman Earl Hutto, ¡y cuando fui a votar, vi su nombre en la boleta y voté por él! ¡Funciona, Lincote!” me decía riéndose.
Juan era, en los mejores sentidos de la palabra, como un niño. Amaba al prójimo. Todo lo material que tuvo, era para otros. Se desvivía por hacerle un favor a un amigo. Le era muy difícil entender el mal. Como un niño.
Recuerdo cuando me dijo que realmente entendió por primera vez lo que estábamos confrontando en Cuba. Habiendo llegado a Nueva York ese primero de enero de 1959 (¡sin ni siquiera un abrigo!) Juan vio por la televisión como las turbas en La Habana destruían los parquímetros. “En ese momento entendí que lo de Castro sería realmente serio”, me dijo.
Y Juan conoció el dolor profundo en ésta vida, especialmente cuando, ya viejito y enfermo, pero feliz porque vivía con su hijo, mi primo Jorge Enrique, uno de los seres humanos más llenos de amor concebibles, que junto a su hija (la nieta de Juan) Ana María, cuidaba a Juan, y Jorge Enrique murió repentinamente del corazón.
Después, Ana María y la hija de Ana María, Jordan, cuidaron a Juan de una forma bella y admirable.
Juan ya no siente el dolor. Está junto a Jorge Enrique y a sus padres –mis abuelos Juan y María– a su esposa Carmen y a tantos otros seres queridos en la presencia de Dios.
Y hasta que nos reunamos nuevamente con él y con todos ellos, recordaremos siempre a Juan Caballero Brunet con toda nuestra admiración, devoción, y supremo amor.
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